viernes, diciembre 07, 2007

La Camisa


Paco de 8 años, entró en su casa, después de clase, pisoteando fuerte. Su padre, que se dirigía al fondo, al verlo entrar, lo llamó para una hablar. Paco lo acompañó desconfiado.


Antes que su padre hablara algo, Paco dijo irritado: - Padre, estoy con muchísima rabia. Joaquín no podría haberme hecho lo que hizo. Su padre, un hombre sencillo pero sabio, escuchaba a su hijo mientras ese seguía con su reclamo.


- Joaquín me humilló delante de mis amigos. ¡Me gustaría que le pasase algo malo!


El padre escuchó todo callado mientras caminaba buscando una bolsa de carbón.


Llevó la bolsa hasta el fondo y le dijo a Paco: - Hijo, quiero hacerte una propuesta. Imaginemos que aquella camisa blanca que está en el tendal es tu amigo Joaquín y que cada trozo de carbón es un pensamiento malo que tu le envías. Quiero que tires todo ese carbón en la camisa, hasta el último trozo y dentro un rato vuelvo para ver como quedó.


Al niño le pareció un divertido juego, la camisa estaba colgada lejos y pocos trozos acertaban al blanco.


El padre que miraba todo, le preguntó:


- Hijo, ¿como estás ahora? - Estoy cansado, pero feliz porque acerté muchos trozos de carbón en la camisa.


El padre miró a su hijo, que no entendía la razón de aquél juego, y dijo:


- Ven, quiero que veas una cosa. El hijo fue hasta el cuarto y se miró en un gran espejo.


¡Que susto! Paco solo conseguía ver sus dientes y ojos. Su padre, entonces, le dijo:


- Viste que la camisa casi no se ensució.... pero fíjate en ti mismo. Las cosas malas que deseamos a los otros son como lo que te pasó a ti. Aunque consigamos perturbar la vida de alguien con nuestros pensamientos, los residuos de esos se quedan siempre en nosotros mismos.


Mateo 5:44Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;


Lucas 6:31Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos.

jueves, diciembre 06, 2007

Necesidad


La próxima vez que tengas una necesidad que creas imposible de ser suplida piensa en esto:
Cuando Moisés y el pueblo de Israel estuvieron en el desierto era necesario alimentarlos. Y para alimentar a 2 ó 3 millones de personas se requiere mucha comida.


Moisés necesitaba tener 1,500 toneladas de alimentos diariamente. Para acarrear esa cantidad de comida, serían necesarios dos trenes de carga, de una milla de largo cada uno.Además necesitaban madera para encender fuego para cocinar los alimentos, se necesitarían 4,000 toneladas de madera y algunos trenes mas, de una milla de largo, para acarrearla, solo para un día. Ellos duraron 40 años en el desierto.


Si solo tuvieran agua para beber y lavar los trastes, se necesitarían 11,000,000 de galones cada día, y un tren con carros tanque, de 1,800 millas de largo para traerla.


Además, tenían que cruzar el Mar Rojo de noche. Para poder hacerlo, se necesitó un espacio de 3 millas de ancho, para que pudieran pasar en filas de 5,000 y poder cruzar en una sola noche. Cada vez que acampaban se requería un terreno de 750 millas cuadradas.


¿Crees que Moisés haya calculado todo esto antes de salir de Egipto? No creo. Y es que Moisés le creía a Dios y sabía que Él se hacía cargo de estas cosas.


¿Crees tú que el Señor tenga alguna dificultad para hacerse cargo de tus necesidades?
Su Amor está siempre contigo, sus promesas son Verdad, y cuando le entregas todas tus preocupaciones, Él te saca adelante. Así que cuando el camino por el que viajas parezca muy pesado, recuerda orar, hacer tu parte... y el Señor hará lo demás.


Mateo 6:31-33 No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? 32 Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. 33 Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.


Filipenses 4:19 Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.

martes, diciembre 04, 2007

Helen


Helen Packer tenía 17 años cuando la conocí. Era una cristiana muy devota y una hija muy querida, quien estaba ingresando en el hospital por última vez. Su diagnóstico era linfoma y todos los intentos para lograr la remisión habían fracasado. Como su enfermera, Helen me confió que podía soportar todo, menos la idea de morir sola.


Ella sólo quería que alguien amado estuviera cerca, para que sostuviera su mano y orara con ella. La madre de Helen permanecía a su lado desde temprano en la mañana hasta muy noche; regresaba a su hogar para descansar un rato y volvía a la mañana siguiente. Su padre viajaba a menudo por cuestiones de trabajo, pero se comunicaba con su esposa tan frecuentemente como le era posible.


Todas las enfermeras de la unidad nos dábamos cuenta de que Helen estaba muy cerca de la muerte, lo que también sabía ella y su familia. Comenzó a sufrir ataques y a perder el conocimiento a ratos.


Cuando una noche me marchaba del hospital, como a las 11 de la noche, noté que la madre de Helen se dirigía también al estacionamiento. Nuestra conversación fue interrumpida por el altavoz del hospital.


Llamada externa para Helen Packer. ¡Por favor llame a la operadora!
La señora Packer reaccionó inmediatamente con alarma.
Todo mundo sabe lo mal que está -dijo preocupada-. Voy a regresar a su cuarto a ver quién la llama.


Diciendo esto, me dejó y regresó con Helen. La operadora informó que la persona que llamaba colgó, pero había dejado un mensaje:Dígale a Helen que el encargado de recogerla hoy llegará tarde, pero vendrá.


Desconcertada, la señora Packer permaneció junto a la cama de Helen esperando al visitante misterioso. Helen murió a la 1:13 a.m., con su madre junto a ella, sosteniéndole la mano y orando.

Cuando se le preguntó al día siguiente, la operadora no pudo recordar ni siquiera el sexo del que llamó. No se encontró a ninguna otra Helen Packer, ni empleado, ni paciente, ni visitante. Para los que nos preocupábamos, cuidábamos y orábamos por Helen, sólo había una respuesta.


... Yo nunca te abandonaré ni te desampararé. Hebreos. 13:5

lunes, diciembre 03, 2007

Clasificado


En el periódico local de mi cuidad salió el sig anuncio clasificado:


"¿Existe algún lugar en el que podamos pedir prestado a un niñito de tres o cuatro años de edad para las fiestas de Navidad? Tenemos un lindo hogar y nos ocuparíamos muy bien de él, devolviéndolo sano y salvo. Nosotros tuvimos un niñito, pero no pudo quedarse, y lo extrañamos mucho cuando llega la Navidad." -N. M


Al leer este anuncio, algo sucedió dentro de mí. Por primera vez desde la muerte de mi esposo, pensé en el dolor como si le perteneciera a alguien más. Leí y releí esa carta al editor.


Algunos meses antes, había recibido noticias desde Washington de que a mi esposo lo habían matado mientras estaba de servicio en el extranjero. Llena de dolor, había tomado a mi pequeño hijo y me había mudado al pueblito donde nací.


Empecé a trabajar para ayudar a mantener a mi hijo y el tiempo había ayudado a borrar algunas cicatrices de mi corazón. Pero en ciertas ocasiones, el dolor regresaba y la soledad me agobiaba; especialmente para los cumpleaños, nuestro aniversario de bodas y las fiestas.


Esta Navidad en especial, el antiguo dolor había comenzado a revivir cuando mis ojos avistaron el anuncio en el periódico.


"Nosotros tuvimos un niñito, pero no pudo quedarse y lo extrañamos mucho..."


Yo también sabía lo que significaba el sentimiento de una pérdida, pero tenía a mi pequeño hijo. Sabía cuán triste podía ser el resplandor de la Navidad a no ser que se refleje en los ojos de un niños.


Respondí al anuncio. El remitente era un viudo que vivía con su madre. Había perdido a su adorada esposa y a su pequeño hijo el mismo año.


Esa Navidad, mi hijo y yo compartimos un día alegre con el viudo y su madre. Juntos, reencontramos una felicidad que, dudábamos, podía regresar.


Pero lo mejor de todo eso fue que desde entonces he podido conservar esa alegría a través de los años y durante todas las Navidades: el hombre que escribió esa carta, meses después se convirtió en mi esposo.


N.H.Mueller


Isaías 43:19He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad.


Isaías 41:19Daré en el desierto cedros, acacias, arrayanes y olivos; pondré en la soledad cipreses, pinos y bojes juntamente,


Isaías 513 Ciertamente consolará El señor a Sion; consolará todas sus soledades, y cambiará su desierto en paraíso, y su soledad en huerto de Dios; se hallará en ella alegría y gozo, alabanza y voces de canto.