Un niño se hizo un barquito de madera y salió a probarlo en el lago, pero sin darse cuenta, el barquito impulsado por un ligero viento fue más allá de su alcance.
Apenado corrió a pedir ayuda a un muchacho mayor, que se hallaba cerca, que le ayudara en su apuro.
Sin decir nada el muchacho empezó a levantar piedras y echarlas, al parecer en contra del barquito; el pequeño pensó que nunca tendría su bote otra vez y que el muchacho grandote se estaba burlando de él; hasta que se dio cuenta que en vez de tocar el bote cada piedra iba un poco más allá de este y originaba una pequeña ola que hacia retroceder el barco hasta la orilla.
Cada piedra estaba calculada y por último el juguete fue traído al alcance del niño pequeño, que quedó contento y agradecido con la posesión de su pequeño tesoro.
A veces ocurren cosas en nuestra vida que parecen desagradables, sin sentido ni plan y hasta nos parece que más nos hunde; pero si esperamos y tenemos confianza en Dios, nos daremos cuenta de que cada prueba, cada tribulación, es como una piedra arrojada sobre las quietas aguas de nuestra vida, que nos trae más cerca de nuestro objetivo.
El Señor es mi fortaleza y mi escudo; en El confiò mi corazòn, y fui ayudad, por lo que se gozò mi corazòn, y con mi càntico le alabarè. Salmos 28:7.
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